Te voy a contar una pequeña historia. Desde que nacemos y durante nuestra edad infantil, no paramos de imaginar y crear maravillosas historias. Nos da lo mismo si un coche corre por la pared o si un dinosaurio del Jurásico es el personaje malvado que ataca a una princesa ninja en un castillo medieval. No hay límites a la imaginación ni a la conexión entre las ideas que creamos en nuestra cabeza. Todo vale y no hay nada que no encaje porque es nuestra historia. Es la creatividad sin nadie al volante.

Durante nuestro periodo de desarrollo escolar, la cosa cambia. Nos dicen que el error es malo y que no debemos cometer fallos. Aprendemos a dar la respuesta que se supone hay que dar. Sin fisuras en nuestra opción elegida. Hay que acertar siempre y la equivocación está penada con una mala calificación en el expediente académico. Ante esta situación, nuestro cerebro racional que sabe muy bien mantenernos a salvo dice “pues antes de pensar cualquier cosa que no conozca, prefiero aferrarme a la realidad y proponer cosas que ya sepa que existen y como son”. Vamos limitando nuestro pensamiento creativo.

Cuando llegamos a la edad adulta, definitivamente hemos dejado de imaginar. Nos hemos anclado en el pensamiento racional y nos da miedo hacer cualquier cosa que se salga de la norma, o que no hayamos experimentado antes y sepamos a ciencia cierta que funciona. Vivimos en la seguridad de la razón. La certeza ha mermado nuestra habilidad de crear nuevas conexiones entre ideas diferentes. Es más, cuando tomamos una decisión, suele estar avalada por otra persona, por un testimonio o por alguna entidad que, vete tú a saber por qué, ya la ha probado y dice que le ha ido bien (véase las referencias y comentarios en tiendas online).

¿Y qué consecuencias tiene todo esto en nuestras empresas? Que nos cuesta mucho cambiar por miedo al fallo penalizador. Si funciona bien ¿por qué cambiarlo? Para qué me voy a liar ahora a modificar mi modelo de negocio si siempre lo he hecho así y me ha ido bien. Para qué voy a ponerme ahora a pensar de forma creativa y proponer cosas nuevas… Yo te lo digo. Por la supervivencia de tu empresa.

No significa que tengas que cambiar tu empresa de pies a cabeza. Comienza por algo sencillo. Algún aspecto que hayas detectado que se puede mejorar y que te ayude a poner en marcha soluciones nuevas. Empieza generando un entorno en el que puedas cambiar pequeñas cosas y que si no funcionan y dan error, puedas modificarlas rápidamente para mejorarlas y no supongan una crisis grave en tu empresa.

He aquí el potencial del fallo como elemento de innovación. Testear pequeñas soluciones dentro de tu empresa y analizar qué pasa con ellas. Observa lo que funciona y mantenlo, y lo que no te funciona, cámbialo.

Cuando se empieza algo nuevo, es normal que exista algún fallo. De hecho, el propio aprendizaje está basado en el ensayo y el error. Aprendemos a andar no sin antes caernos varias veces hasta que conseguimos mantenernos en pie. Recuerda los raspones en las rodillas de cuando te caías aprendiendo a montar en bicicleta, y sin embargo, volvías a subirte a la bici con el pleno convencimiento de que montar en bicicleta era lo que querías hacer. Ponías el foco en conseguir algo nuevo, y al mantener esa mentalidad de innovación y superación, conseguías mejorar hasta que llegaba ese momento de montar en bici un buen tramo seguido.

Así es como hay que visualizar el fallo en los procesos de innovación. Hay que tomar los errores como vías muertas por las que no debemos transitar más. Cuando detectamos este tipo de errores, hay que evaluarlos, medirlos, recordarlos y tener la seguridad de que detectar un error a tiempo, es siempre más rentable que seguir adelante y finalmente darte cuenta de que se podría haber solventado varios miles de euros antes.

Dependerá de cómo de depurado esté tu proceso de innovación para detectar errores antes de avanzar con el proyecto.

¿Pero cómo se llega a esa situación en la que nadie ha dado la voz de alarma de que algo no funcionaba? Puede suceder que el miedo del que hablábamos antes nos haga pensar que hacer lo de siempre nos mantendrá a salvo. Las personas somos así. Nuestro cerebro se encarga de que sobrevivamos, así que prefiere que estemos rodeados de problemas que conocemos, antes que enfrentarse a buscar soluciones nuevas que modifiquen su modus operandi conocido. Por eso, lo más inmediato es utilizar soluciones ya conocidas a cualquier tipo de problema, conocido o nuevo. Es como pretender utilizar la misma llave con cualquier cerradura. No vale.

Hay que tener claro que cuando se desarrollan nuevas soluciones innovadoras habrá errores que se comentan por el camino, pero que esos errores no nos pueden hacer parar. Se detectan, se evalúan y se sigue con el proceso. Cometer fallos no es malo. Lo malo es no hacer nada por miedo a cometer fallos.

Por ejemplo: si estoy en una sesión de generación de ideas y me callo porque pienso que si digo una idea que no solucione directamente el problema, me van a juzgar y van a pensar que soy idiota, en lugar de compartir ideas estoy dejando que el miedo al fallo se apodere de mí. ¿Quién sabe si mi idea (siendo nefasta) inspira una idea maravillosa de otra persona de mi equipo de innovación? Avanzamos por el bien del proyecto/empresa, no por nuestros egos.

Lo malo no es fallar, lo malo es darse cuenta tarde. Y peor todavía es no hacer nada.

¿Qué te ha parecido el blog de hoy? Me gustaría conocer tu opinión y leerla en los comentarios, por si he cometido algún fallo, poder mejorar 😉